20100413

Mica chueca, de P. J. Sáinz


Las intrincadas fronteras entre México y Estados Unidos, el español y el inglés, la comedia y el drama, la realidad y el sueño, son la sustancia de Mica chueca (Tierra Adentro, 2009), de P. J. Sainz, narrador y periodista, que además de todo, vive en Tijuana y trabaja en San Diego.
La primera de las dos partes de Mica chueca —a decir de Sainz una novela en cuentos para la plebada migrante— es una serie de postales del nuevo siglo que va configurando en fragmentos la existencia de René Gastélum, un estudiante de high school que emigró junto con su familia a Estados Unidos, para establecerse en una colonia de sinaloenses en Huntington Park, ciudad del condado de Los Ángeles, California. Su condición de “mojarrita”, el sueño de una carrera universitaria y conquistar a la golddigger de Juliana Osuna, hacen que Gastélum anhele una sola cosa: tener papeles, aunque que estos sean de los que venden chuecos en la Pacific.
A René Gastélum le gusta El TRI y trabaja de “chúntaro hamburguesero” en un “McMierda’s”, donde en arrebatos de resentimiento sus compañeros escupen gargajos en las hamburguesas de aquellos que parecen tener papeles, porque, como él, muchos otros desean ser “resident aliens”. Gastélum es también un simpsomaniac y está enamorado de Juliana Osuna, “jefa del Booty Club”, al que pertenecen “las morras más buenotas de la high school”. Ella es “one hundred percent Culichi booty among a bunch of flat bitches”. Lo malo es que Juliana también busca una manera de conseguir sus papeles y terminar con la incertidumbre de que la migra vendrá por ella. En su afán por lograrlo ha puesto todos sus empeños para conquistar a Marco Gaxiola, un bato nacido en Estados Unidos que pertenece a la “nueva generación de narquíos en Los Ángeles, con su texana y su cinto piteado y sus botas de avestruz que se la sacan de muy chacas”.
Es en el entramado de ambos idiomas y costumbres donde cobra peso el lenguaje de la novela. Además, Mica chueca hace breves —pero precisos— guiños de la historia. Desde Henry Huntington —magnate de la industria ferrocarrilera a principios del siglo veinte—, que fundara las ciudades disímiles entre sí: Huntington Park y Huntington Beach; la Amnistía 1986, que sirvió para que miles de personas legalizaran su situación migratoria durante los dos años posteriores; hasta las leyes antiinmigrantes, como la Propuesta 187 lanzada por la legislación del California en 1994 para negarle a los indocumentados servicios médicos, sociales y educación pública. Sainz también crea un índice de las “limitantes de ser mojarrita”, y un mapa de las ciudades habitadas por millones de “paisas” en el estado de California, lugares donde se habla exclusivamente español y la “fake ID” es la aspiración de todos.
La estructura en mosaicos de Mica chueca, de algún modo se empareja en cierto punto con el I remember, de Joe Brainard, o los 480 recuerdos fragmentarios que pueden leerse como lo más cercano a una autobiografía de George Perec. “Me acuerdo cuando mi Mamá Nena venía a visitarnos y de pasada llevaba fayuca para vender en Navolato”, dice Gastélum.
La segunda parte de la novela: Los Ángeles, Sinaloa, es un armazón variopinto con fragmentos del contexto social, las obsesiones y procesos de adaptación de otros “paisas” en Huntington Park cuando corrían las dos últimas décadas del siglo pasado. Al estar dirigida a la plebada migrante, la novela lo mismo incluye un curso exprés de cómo escribir un narcocorrido —música que no ha perdido su apogeo entre “la raza”—, referencias al cine de los ochenta, o a los disturbios que iniciaron el 29 de abril de 1992 en Los Ángeles, tras el veredicto que absolvió a los policías que golpearon brutalmente al taxista afroamericano Rodney King. Sin embargo, en ambas partes, como una constante nube caliginosa que los persigue, se mantiene el recuerdo de Navolato, la tierra de donde provienen los personajes que pueblan Mica chueca, sin duda una novelía que si bien abunda en las constantes de la narrativa fronteriza, tiene como atributos un humor y un repaso cincelado por los hechos históricos que han marcado a las minorías y puesto a prueba la resistencia de “la raza” en Estados Unidos.

Texto publicado en la revista Replicante

Últimas anotaciones, de Víctor Quintas


Hay en la lectura de Últimas anotaciones (Tierra Adentro, 2009) de Víctor Quintas un evidente pulso biológico que, sin desprenderse de sus raíces, va tentando nuevos terrenos donde se entrecruzan el relato fantástico y el realismo, ese en el que lo ominoso de sus personajes deja al lector sumido en una suerte de reminiscencia turbia.
Y es que durante largos años a la literatura oaxaqueña le fue difícil dejar atrás la herencia henestrosiana, enrocada entre el mito y la leyenda que funden la cosmogonía indígena y la impostura religiosa de La Conquista. Si bien la tradición oral ha sido piedra angular de la literatura, un sendero ineludible por su vastedad, su impronta permanece aún entre los narradores como una sombra que avanza intentando alcanzar la agonizante luz del ocaso.
En el caso de Últimas anotaciones, su primer libro de cuentos, Víctor Quintas (Oaxaca, 1984) ha creado un mapa personal donde pastorea lo inmediato: lecturas, obsesiones y viajes. Además, como un apéndice intangible, deambula por esa Oaxaca que todos, de una u otra forma, conocemos: el mezcal, los sitios arqueológicos, el centro histórico, los conflictos sociales, los templos y la cantera verde.
En Azotea, cuento que inaugura el volumen, el autor parece repetirnos al oído que el hombre es un ser de lejanías, de distancias, y que la nostalgia es un ejercicio que salva, así como el personaje, un viejo conserje, desde su azotea intenta salvar a su patria.
En Cambio de tiro, con descollante habilidad, Quintas siembra de inmediato un conflicto que va revelando en dosis calibradas, “figurándose como una presa a la que un cazador ha puesto a tiro”. Es entonces que la inocencia infantil se despeña como la roca floja de una montaña, y lo inesperado ocurre, para amplificar lo enigmático de la llegada a Oaxaca de Moreno, el personaje al que Ramón invita a ir a la Sierra de cacería: “Ramón reconoció en la mirada de Moreno el frío destello que tienen los cazadores”. Acaso la hojarasca húmeda guarde la respuesta mientras cruje bajo los pasos de un cazador furtivo que sonríe porque ha hallado a su presa.
La “bestia de metilendioximetanfetamina” en la que se convirtió una noche de sábado en Madrid, Quintas la narra con detalles precisos en Efecto temporal. “El efecto de las pastillas le hacía percibir con mayor atención los sonidos de los rieles acomodándose en perfecta sincronía, formando una musicalidad imperceptible a los oídos serenos… el ruido de los coches se colaba por las alcantarillas, marcando el compás”. Para Luis, el personaje, la noche es un potro que se desboca a ritmo de Babylon Circus. Poco puede hacer para controlarla una vez subido en ella. “Sabía perfectamente que el efecto del sábado sólo terminaría cuando el sol apareciera por completo”, dice, como una especie de premonición que entraña lo insalvable de la más natural condición humana.
Humo por la ventana guarda ciertas correspondencias con algunos cuentos de Lázaro Covadlo. El eco del pasado doloroso se repite, una y otra vez, en la cabeza de Landero y de Molina en sus fantásticos pero constantes encuentros. “La evocación del pasado lejano ya no guardaba el dulce sabor de la caña, sino que en su paso los alambiques de la memoria, el recuerdo se había convertido en un aguardiente violento que hería el alma”. Los fantasmas siempre están tocando a la puerta, no obstante están dispuestos a salir por las ventanas. Acto que parece decirnos que es tan pueril vivir de los recuerdos como optar por lanzarse al vacío.
Sólo tres de los ocho cuentos que Quintas recopila en Últimas anotaciones están escritos en primera persona. Es en esta inmediatez narrativa donde el autor tiende a abandonar a sus personajes dentro de una realidad ominosa. Tal es el caso de La ruina en el crepúsculo, donde una pareja de turistas canadienses emprende por tierras oaxaqueñas un viaje que culmina en una suerte de expiación. “Era necesario borrar el mundo”, dice uno de ellos. El cuento se vuelve una oscura odisea turística, esa que ninguna guía del Lonely Planet incluirá en sus páginas, puesto que además de los atractivos de la ciudad, retrata a un tipo de personaje común en Oaxaca: el zócalo boy, el cual se convierte en la peor pesadilla de la pareja canadiense, con todo y que el narrador de pronto parece atisbar su atroz destino. “Era como si Dominique y yo hubiéramos descendido a una realidad a la que no pertenecíamos. Recorrí con la vista el kiosco ubicado en el centro de la plaza y los portales que la rodeaban. Por un instante, me sentí tranquilo”.
Hay en Llamada por cobrar dos primos y un perro rottweiler que se toma demasiados atributos. “La familia no se elige… pero la familia es la familia”, asegura el narrador cuando uno de sus primos le pide ayuda. Hay un conflicto y una serie de robos. Hay una narrativa donde el humor salta de pronto a sus páginas convirtiendo a este cuento en un verdadero gozo.
Sin inmutar y Últimas anotaciones son pasajes que deambulan por lo metaliterario, armando su propia estructura para alcanzarse a sí mismos en el tiempo-espacio en que ocurre la acción. Son piezas construidas con precisión. Últimas anotaciones, el cuento que da nombre al libro, Quintas parece resumirlo en una nota que incluye como introducción firmada por Baco Galván, director del periódico que publica la noticia de la muerte del protagonista: Gabriel Varela. Sin embargo, Varela no imagina hacia donde lo conducen sus obsesiones literarias, el texto que está escribiendo, los numerosos detalles de su encuentro con Saturnino Galván. “En ciertos pueblos el mezcal se bebe en grandes proporciones para lograr efectos alucinantes. Tal vez se trate de eso: una fantasía provocada por la mezcla de mis lecturas y el alcohol”, dice el propio narrador, a quien quizá, al final le revele algo su fascinación por la imagen de Saturno devorando a su hijo, pintada por Rubens.
Últimas anotaciones vale como registro de esa narrativa oaxaqueña donde lo local y su contexto actual se hacen presentes como efectos orgánicos de la literatura, que, dicho sea de paso, se reconfigura para abordar ejes temáticos variados, porque las historias de hoy serán, tal vez, los mitos y leyendas de mañana.

Texto publicado en la revista Metapolítica