20071210

Apología de Lágrimas de Newton


Lo que muchos escritores buscan en los periódicos, en los sueños, en las historias que cuenta la gente, en los recuerdos o en los mismos libros, Daniela Bojórquez lo encuentra en los espacios comunes de la ciudad. Porque eso es Lágrimas de Newton: un breve índice de lo que sólo hallaremos allí, cuando decidimos aguzar los sentidos. No es accidente que estas historias ocurran cuando abandonamos nuestros refugios-jaulas para buscar lo que habremos de comer o con lo que habremos de pagar la renta, o ya de menos toparnos, en una suerte al estilo Marcel Proust, con un recuerdo donde todo parecía estar mejor, aunque de antemano sepamos que el dicho: “todo tiempo pasado fue mejor” no sea cierto, y no porque en el pasado ocurrieran menos cosas malas, sino porque ya las hemos olvidado o, en el mejor de los casos, las hemos acomodado a nuestro antojo. Y en eso están los personajes que pueblan Lágrimas de Newton, recordando, olvidando o acomodando algo, en medio de las inclemencias de un clima que siempre presagia días grises o lluvia y por unas calles donde siempre circulan camiones que quién sabe adónde llevan.
Y todo eso Daniela lo encuentra con la astucia de la fotógrafa que también es: su otra pasión. Porque en estos 20 cuentos hay párrafos completos que no son otra cosa que postales, elaboradas con la misma rigurosidad que la obliga a hacer ajustes en sus encuadres para tener una composición exacta, acercando o alejando el zoom, abriendo el diafragma del lente y ajustando la velocidad del obturador, agachándose o subiéndose en algo, e incluso, si es necesario, tirándose al piso, pero siempre haciendo lo que el cuento exige.
Podría asegurar que es a partir de lo encontrado que Daniela se ve obligada a construir sus historias. Por ejemplo, en "Monito Maniquí" pudo ser un aparador que, dice, “exhibe sin empacho una corbata, una licuadora, el último disco de baladas, un maniquí a la moda otoño-invierno y un oso de peluche”. En "Perder el Hilo", “un papalote en forma de águila blanca” que surca el cielo un domingo y que la autora nos describe que lo hace bajo “cierta bruma que le estorba al paisaje urbano, sobre los paseantes, y sobre un cilindrero que da vuelta a la manivela”, y que a mi juicio esparce con notas de organillo una antigüedad en resistencia. Ya no es común ver cilindreros en la Ciudad de México, y mucho menos uno con trapo rojo.
En "Volantes", el cuento que abre Lágrimas de Newton dejando un buen resabio y pronosticando una narrativa ágil, sin líneas que estorben o distraigan al lector, es una caseta telefónica llena de volantes que “quieren despegarse de los masking tape que los sujetan”, a la cual a decir de la autora “ha llegado antes un muchacho que, con mano segura y lapicero sin punta, ha prácticamente cincelado un puto el que lo lea”. Pero lo que llama verdaderamente la atención de esa postal es un anuncio, un grito desesperado: Busco quien me quiera 0445530810938.
En "Duela Duele" es un aviso de periódico que anuncia un departamento en renta por la imposible cantidad de 2 mil pesos, en la misma colonia donde vive el presidente y que por esa razón es muy segura y “nunca se va la luz y el agua”.
Tal vez el cuento "Dos al Este" lo inspiró la estatua de un parque cualquiera puesta ahí “más por un afán decorativo que por un sincero homenaje”, dice Bojórquez. Y a "Pluma al Pulmón", la conversación con un taxista que colecciona avioncitos de plástico que coloca en el tablero de lo que hoy en día es una fuente de trabajo para licenciados, doctores, diseñadores o periodistas que no ejercen. Y qué decir de Origami, donde el personaje siempre espera que un alguien doble en una esquina o cruce su puerta, y mientras eso sucede se entretiene haciendo figuras de origami.
"Sporte Scol", uno de los cuentos más sorprendentes que componen el volumen Lágrimas de Newton, pudo haber sido originado por un letrero que ha perdido varias de sus letras, “detallitos”, los llama Daniela, pero que develan los conflictos humanos que todo buen escritor no debe perder de vista.
Por su parte, “Autorretrato en Llamas” pudo haber sido inspirado por un artista que vende sus obras en bares y cantinas, tal vez porque no ha tenido la suerte de vivir en Oaxaca, donde cualquier manchón hubiera encontrado un postor e infinidad de apologías.
Imposible no pensar que los cuentos de Lágrimas de Newton funcionan aisladamente, pero no puedo evitar verlos como una gran unidad. Pienso que la Lucía de Volantes es la misma joven que alguna vez se dejó poner un listón rojo que dice love is love como en el cuento "Red Ribbon", y que recuerda que era muy parecido al que usaba cuando la peinaban de cola de caballo en la primaria. O tal vez es la misma que espera junto a las oficinas de un ayuntamiento en "No Demasiado". La misma que siendo niña mira al personaje del cuento "Señor Amable de Sombrero" tropezar eternamente con la gente en el metro. La misma que añora un osito de peluche como en "Monito Maniquí", pero que su madre suicida nunca le comprará. Tal vez lo haga su abuela, aquella que mira a través de la ventana con una colcha cosida con retazos en el regazo en "Se Avecina una Tormenta", y que tenía una caja de chácharas llena de hilos de todos los tonos y matices, listones que nunca utilizaba, mismos que junto con los estambres la niña sacaba para hacer una línea de colores con la cual jugar a brincar la cuerda. Y son tal vez la misma niña y abuela cuyas muñeca y agujas de tejer se hallan olvidadas en la caja con la que siempre se encuentra en la bodega el fantasma de "Siempre Bailando".
Es esa Lucía la que ahora sin su madre y sin su abuela se inventa una familia con algunos usuarios del metro, en "Familia Exprés". Y que a veces es Ada y lleva una maleta blanca llena de manzanas. Y que a su vez nos revela una verdad dolorosísima en el cuento que da título al libro.
Y así podría seguir, pero se trata de que ustedes compren y lean este libro que tiene una escrupulosa confección en cada línea, donde el símil poco aparece porque la narrativa de Daniela es precisa. Donde en una sola historia se pueden hallar acertados brincos de la primera, a la segunda persona o de la tercera a la primera o la segunda. Pero sin duda, son historias que se van tejiendo como un huracán que avanza y se repliega en su ojo, donde reside su fuerza, para azotar de nuevo, dejando como catástrofe una serie de aliteraciones que no son más que recuerdos de su paso.
Finalmente, es imposible no sentir que Lágrimas de Newton tiene ciertos ecos de Raymond Carver, de esos personajes que ya nada esperan; de Quim Monzó y de los cuentos cortos de Ernest Hemingway, en los que sólo vemos la punta del iceberg, pero sabemos que en las profundidades de un mar agitado existe algo más grande.