20100413

Mica chueca, de P. J. Sáinz


Las intrincadas fronteras entre México y Estados Unidos, el español y el inglés, la comedia y el drama, la realidad y el sueño, son la sustancia de Mica chueca (Tierra Adentro, 2009), de P. J. Sainz, narrador y periodista, que además de todo, vive en Tijuana y trabaja en San Diego.
La primera de las dos partes de Mica chueca —a decir de Sainz una novela en cuentos para la plebada migrante— es una serie de postales del nuevo siglo que va configurando en fragmentos la existencia de René Gastélum, un estudiante de high school que emigró junto con su familia a Estados Unidos, para establecerse en una colonia de sinaloenses en Huntington Park, ciudad del condado de Los Ángeles, California. Su condición de “mojarrita”, el sueño de una carrera universitaria y conquistar a la golddigger de Juliana Osuna, hacen que Gastélum anhele una sola cosa: tener papeles, aunque que estos sean de los que venden chuecos en la Pacific.
A René Gastélum le gusta El TRI y trabaja de “chúntaro hamburguesero” en un “McMierda’s”, donde en arrebatos de resentimiento sus compañeros escupen gargajos en las hamburguesas de aquellos que parecen tener papeles, porque, como él, muchos otros desean ser “resident aliens”. Gastélum es también un simpsomaniac y está enamorado de Juliana Osuna, “jefa del Booty Club”, al que pertenecen “las morras más buenotas de la high school”. Ella es “one hundred percent Culichi booty among a bunch of flat bitches”. Lo malo es que Juliana también busca una manera de conseguir sus papeles y terminar con la incertidumbre de que la migra vendrá por ella. En su afán por lograrlo ha puesto todos sus empeños para conquistar a Marco Gaxiola, un bato nacido en Estados Unidos que pertenece a la “nueva generación de narquíos en Los Ángeles, con su texana y su cinto piteado y sus botas de avestruz que se la sacan de muy chacas”.
Es en el entramado de ambos idiomas y costumbres donde cobra peso el lenguaje de la novela. Además, Mica chueca hace breves —pero precisos— guiños de la historia. Desde Henry Huntington —magnate de la industria ferrocarrilera a principios del siglo veinte—, que fundara las ciudades disímiles entre sí: Huntington Park y Huntington Beach; la Amnistía 1986, que sirvió para que miles de personas legalizaran su situación migratoria durante los dos años posteriores; hasta las leyes antiinmigrantes, como la Propuesta 187 lanzada por la legislación del California en 1994 para negarle a los indocumentados servicios médicos, sociales y educación pública. Sainz también crea un índice de las “limitantes de ser mojarrita”, y un mapa de las ciudades habitadas por millones de “paisas” en el estado de California, lugares donde se habla exclusivamente español y la “fake ID” es la aspiración de todos.
La estructura en mosaicos de Mica chueca, de algún modo se empareja en cierto punto con el I remember, de Joe Brainard, o los 480 recuerdos fragmentarios que pueden leerse como lo más cercano a una autobiografía de George Perec. “Me acuerdo cuando mi Mamá Nena venía a visitarnos y de pasada llevaba fayuca para vender en Navolato”, dice Gastélum.
La segunda parte de la novela: Los Ángeles, Sinaloa, es un armazón variopinto con fragmentos del contexto social, las obsesiones y procesos de adaptación de otros “paisas” en Huntington Park cuando corrían las dos últimas décadas del siglo pasado. Al estar dirigida a la plebada migrante, la novela lo mismo incluye un curso exprés de cómo escribir un narcocorrido —música que no ha perdido su apogeo entre “la raza”—, referencias al cine de los ochenta, o a los disturbios que iniciaron el 29 de abril de 1992 en Los Ángeles, tras el veredicto que absolvió a los policías que golpearon brutalmente al taxista afroamericano Rodney King. Sin embargo, en ambas partes, como una constante nube caliginosa que los persigue, se mantiene el recuerdo de Navolato, la tierra de donde provienen los personajes que pueblan Mica chueca, sin duda una novelía que si bien abunda en las constantes de la narrativa fronteriza, tiene como atributos un humor y un repaso cincelado por los hechos históricos que han marcado a las minorías y puesto a prueba la resistencia de “la raza” en Estados Unidos.

Texto publicado en la revista Replicante

Últimas anotaciones, de Víctor Quintas


Hay en la lectura de Últimas anotaciones (Tierra Adentro, 2009) de Víctor Quintas un evidente pulso biológico que, sin desprenderse de sus raíces, va tentando nuevos terrenos donde se entrecruzan el relato fantástico y el realismo, ese en el que lo ominoso de sus personajes deja al lector sumido en una suerte de reminiscencia turbia.
Y es que durante largos años a la literatura oaxaqueña le fue difícil dejar atrás la herencia henestrosiana, enrocada entre el mito y la leyenda que funden la cosmogonía indígena y la impostura religiosa de La Conquista. Si bien la tradición oral ha sido piedra angular de la literatura, un sendero ineludible por su vastedad, su impronta permanece aún entre los narradores como una sombra que avanza intentando alcanzar la agonizante luz del ocaso.
En el caso de Últimas anotaciones, su primer libro de cuentos, Víctor Quintas (Oaxaca, 1984) ha creado un mapa personal donde pastorea lo inmediato: lecturas, obsesiones y viajes. Además, como un apéndice intangible, deambula por esa Oaxaca que todos, de una u otra forma, conocemos: el mezcal, los sitios arqueológicos, el centro histórico, los conflictos sociales, los templos y la cantera verde.
En Azotea, cuento que inaugura el volumen, el autor parece repetirnos al oído que el hombre es un ser de lejanías, de distancias, y que la nostalgia es un ejercicio que salva, así como el personaje, un viejo conserje, desde su azotea intenta salvar a su patria.
En Cambio de tiro, con descollante habilidad, Quintas siembra de inmediato un conflicto que va revelando en dosis calibradas, “figurándose como una presa a la que un cazador ha puesto a tiro”. Es entonces que la inocencia infantil se despeña como la roca floja de una montaña, y lo inesperado ocurre, para amplificar lo enigmático de la llegada a Oaxaca de Moreno, el personaje al que Ramón invita a ir a la Sierra de cacería: “Ramón reconoció en la mirada de Moreno el frío destello que tienen los cazadores”. Acaso la hojarasca húmeda guarde la respuesta mientras cruje bajo los pasos de un cazador furtivo que sonríe porque ha hallado a su presa.
La “bestia de metilendioximetanfetamina” en la que se convirtió una noche de sábado en Madrid, Quintas la narra con detalles precisos en Efecto temporal. “El efecto de las pastillas le hacía percibir con mayor atención los sonidos de los rieles acomodándose en perfecta sincronía, formando una musicalidad imperceptible a los oídos serenos… el ruido de los coches se colaba por las alcantarillas, marcando el compás”. Para Luis, el personaje, la noche es un potro que se desboca a ritmo de Babylon Circus. Poco puede hacer para controlarla una vez subido en ella. “Sabía perfectamente que el efecto del sábado sólo terminaría cuando el sol apareciera por completo”, dice, como una especie de premonición que entraña lo insalvable de la más natural condición humana.
Humo por la ventana guarda ciertas correspondencias con algunos cuentos de Lázaro Covadlo. El eco del pasado doloroso se repite, una y otra vez, en la cabeza de Landero y de Molina en sus fantásticos pero constantes encuentros. “La evocación del pasado lejano ya no guardaba el dulce sabor de la caña, sino que en su paso los alambiques de la memoria, el recuerdo se había convertido en un aguardiente violento que hería el alma”. Los fantasmas siempre están tocando a la puerta, no obstante están dispuestos a salir por las ventanas. Acto que parece decirnos que es tan pueril vivir de los recuerdos como optar por lanzarse al vacío.
Sólo tres de los ocho cuentos que Quintas recopila en Últimas anotaciones están escritos en primera persona. Es en esta inmediatez narrativa donde el autor tiende a abandonar a sus personajes dentro de una realidad ominosa. Tal es el caso de La ruina en el crepúsculo, donde una pareja de turistas canadienses emprende por tierras oaxaqueñas un viaje que culmina en una suerte de expiación. “Era necesario borrar el mundo”, dice uno de ellos. El cuento se vuelve una oscura odisea turística, esa que ninguna guía del Lonely Planet incluirá en sus páginas, puesto que además de los atractivos de la ciudad, retrata a un tipo de personaje común en Oaxaca: el zócalo boy, el cual se convierte en la peor pesadilla de la pareja canadiense, con todo y que el narrador de pronto parece atisbar su atroz destino. “Era como si Dominique y yo hubiéramos descendido a una realidad a la que no pertenecíamos. Recorrí con la vista el kiosco ubicado en el centro de la plaza y los portales que la rodeaban. Por un instante, me sentí tranquilo”.
Hay en Llamada por cobrar dos primos y un perro rottweiler que se toma demasiados atributos. “La familia no se elige… pero la familia es la familia”, asegura el narrador cuando uno de sus primos le pide ayuda. Hay un conflicto y una serie de robos. Hay una narrativa donde el humor salta de pronto a sus páginas convirtiendo a este cuento en un verdadero gozo.
Sin inmutar y Últimas anotaciones son pasajes que deambulan por lo metaliterario, armando su propia estructura para alcanzarse a sí mismos en el tiempo-espacio en que ocurre la acción. Son piezas construidas con precisión. Últimas anotaciones, el cuento que da nombre al libro, Quintas parece resumirlo en una nota que incluye como introducción firmada por Baco Galván, director del periódico que publica la noticia de la muerte del protagonista: Gabriel Varela. Sin embargo, Varela no imagina hacia donde lo conducen sus obsesiones literarias, el texto que está escribiendo, los numerosos detalles de su encuentro con Saturnino Galván. “En ciertos pueblos el mezcal se bebe en grandes proporciones para lograr efectos alucinantes. Tal vez se trate de eso: una fantasía provocada por la mezcla de mis lecturas y el alcohol”, dice el propio narrador, a quien quizá, al final le revele algo su fascinación por la imagen de Saturno devorando a su hijo, pintada por Rubens.
Últimas anotaciones vale como registro de esa narrativa oaxaqueña donde lo local y su contexto actual se hacen presentes como efectos orgánicos de la literatura, que, dicho sea de paso, se reconfigura para abordar ejes temáticos variados, porque las historias de hoy serán, tal vez, los mitos y leyendas de mañana.

Texto publicado en la revista Metapolítica

20090525

El vampiro de la colonia Roma


y tú  ¿qué vas a hacer cuando dios se muera? 
LUIS ZAPATA

A treinta años de la publicación de El vampiro de la colonia Roma (1979) de Luis Zapata, novela que cuenta las aventuras sexuales de Adonis García —un adolescente que descubre el nada secreto pero muy discriminado mundo gay de los años setenta—, es indispensable celebrar su aparición. Además de ser un logro literario por su estructura y entonces novedosa forma de ser escrita, la novela fue un parteaguas para el ansiado reconocimiento de los derechos de la comunidad homosexual. No es casual que un año antes, en 1978, un numeroso contingente gay se haya sumado a la marcha conmemorativa del 2 de octubre, y que en el mismo año en que aparece El vampiro de la colonia Roma, se llevara a cabo la primera Marcha del Orgullo Homosexual en la Ciudad de México. No cabe duda que en ese tiempo mostrarse era un imperativo de la época y miles de voces exigían no sólo libertad sexual, sino una atmósfera, si bien no libre de prejuicios, sí con cierta tolerancia social, aun cuando la petición se hiciera desde una tribuna carnavalesca. 
Sin embargo, esta no fue la primera salida de clóset multitudinaria en México, aunque sí la primera voluntaria. Basta recordar lo que se ha escrito de aquella célebre madrugada del 17 de noviembre de 1901, en la que la policía porfirista irrumpió en una casa del Centro Histórico, donde se celebraba una fiesta en la que fueron arrestados 41 homosexuales, algunos de ellos vestidos de mujer. Ya es parte de la mitología nacional que entre los detenidos de La Gran Redada, como se le llamó, se encontraba Ignacio de la Torre, yerno del entonces presidente Porfirio Díaz, quien habría sido el detenido número 42, y que, para guardar las apariencias, fue liberado. Se dice además que los asistentes eran admiradores de escritores como Walt Whitman, Paul Verlaine, Arthur Rimbaud y, por supuesto, Oscar Wilde, cuyo famoso juicio por sodomía —iniciado el 26 de abril de 1895— seguía siendo tema de conversación en algunos círculos. Las crónicas de la época cuentan que muchos de los detenidos de La Gran Redada, al igual que el autor irlandés, pagaron su atrevimiento con trabajos forzados en prisión; los demás, al parecer depositaron dinero en la mano del largo brazo de la ley antes de que este los alcanzara. Y si mis datos no son precisos, habría que consultar a Carlos Monsiváis, que se sabe de pe a pa la historia gay de México.
Menciono lo anterior porque al emprender la lectura de El vampiro de la colonia Roma, es inevitable la correspondencia de la glamorosa fiesta que el protagonista retrata al inicio de la novela con aquella de 1901. 
“Las aventuras, desventuras y sueños de Adonis García” es un monólogo coloquial, sin puntos ni comas, y con una estructura que simula la existencia de un interlocutor que graba en siete cintas (capítulos) la historia. En la primera de ellas, el narrador, miembro de una familia disfuncional, nos detalla su infancia llena de carencias afectivas. A su madre la conoció tan poco que cuando esta muere no le provoca dolor alguno. Su padre, un refugiado español del régimen franquista, de quien dice era “a toda madre aunque tampoco hablaba mucho”, muere también antes de que él alcanzara la adolescencia. aunque su muerte sí le duele profundamente. A pesar de que tiene familiares en la provincia y un hermano mayor, que aparece aleatoriamente a lo largo de la novela, el protagonista se ve obligado a enfrentarse a la vida en solitario. Una vez sabiéndose atraído por sus “cuates bugas”, no son de extrañar la consideraciones de Adonis —provocadas por prejuicios sociales— de “que el amor es un asunto privado”. Aunque el sórdido destino que le espera se mantiene agazapado, este no tarda mucho en lanzarse sobre el narrador. Pronto Adonis tiene su primera relación sexual, con René, y no pasa mucho tiempo antes de dejarse arrastrar a mundo de homosexualidad, prostitución, alcohol, drogas, e intolerancia social, que lo llevan a dejar de creer en Dios e incluso al desorden psicológico (hipocondriasis). 
Los años setenta, la Zona Rosa, cuartuchos que renta en la colonia Roma, los Sanborns de Niza y el de Aguascalientes, son descritos como sucursales del paraíso gay, pues lo más que pueden temer los incontables hombres “de ambiente” con los que tiene sexo a cambio de dinero es contraer gonorrea o ladillas, y ambas afecciones son eliminadas con tratamientos simples: “ yo cumplo con ellos metiéndoles la verga o dejándomela meter según sus gustos”.
Al igual que los sueños recurrentes en Adonis evidencian sus preocupaciones y deseos, las referencias como la de Hilda Aguirre (Sor Ye-Ye) y Meche Carreño, recrean la atmósfera del México de aquellos años, lo cursi y la miseria potenciadas. La sociedad en una ensoñación, siempre anhelante, pero mirando de soslayo sus carencias, como evitándolas. Cabe destacar la intención del autor de enterar al lector de que el devenir del personaje encontrará un puerto seguro, la catarsis se atisba en el subconsciente de Adonis, y esta ocurre, al parecer, cuando deja la colonia Roma para irse a vivir a la Cuauhtémoc. 
Para el protagonista, al principio los excesos fueron un reducto para sobrevivir en la Ciudad de México. Con el paso de los años fue atestiguando cómo “la ciudad más cachonda del mundo” no tardó en rendirse ante el clima liberal preponderante y a la masiva fuga del clóset de miles de hombres. El mismo protagonista nos detalla los lugares donde se podía ligar: cines, baños públicos, tiendas de discos, bares, fiestas y el metro: “era como una hermandad gaya lo que era chistoso es que parecía como si se acabara de descubrir la homosexualidad ¿no? todo mundo andaba en ese rollo y veías de todo artistas famosos políticos renombrados intelectuales pintores músicos de tocho”. 
En la colonia Roma de nuestros días han cambiado muchas cosas, ahora hay más restaurantes, galerías y un montón de nuevos condominios. Sin embargo, la fauna de vampiros, arañas y travestis sigue aquí, y si no me creen, pregúntenle a Fabiruchis. 

Publicado en Replicante

20090318

Plegarias y blasfemias para no perder la fe


Sólo somos memoria y recuerdo en la cabeza de los demás. Nos fijamos en la mente de los que tengan ganas de acordarse de nosotros. 
VÍCTOR CATA

De los recorridos que hizo por los mares de su memoria, Víctor Cata regresó empapado de nostalgia. Sólo eso, porque no fue a buscar historias, éstas seguían ahí, en el Istmo, como los bereleles, los huizaches, los santos de palo, los ríos. Como la gente que aún sigue adornando las puntas de las sábilas con cáscara de huevo y moños rojos, para la misericordia, según dice Zenona, la personaja de Miedo, uno de los diez cuentos que componen el volumen  Sólo somos memoria.
Víctor Cata, gran lector, quizás sin querer o muy a propósito, no lo sé, en estas historias tendió puentes que comunican con la literatura tradicional de otras culturas. No es casual que en su debut como narrador, el autor busque una voz que valide lo vivido, la memoria a la que apela. De está búsqueda dan cuenta muchísimos escritores, pero no es de mi interés hacer listas. Sin embargo, debo recalcar que para encontrar esa, la esencial voz del escritor, es preciso atravesar caminos de los que, vaya paradoja, lo menos que uno puede esperar, es salir bien librado. Qué otra cosa más pudo hacer Víctor Cata, sino enterrar como historiador uñas y dientes en las entrañas de la cultura zapoteca de su pueblo, Juchitán y encontrar sus correspondencias. 
Emprender la lectura de este libro, que toma como punto de partida las creencias religiosas como un ente explorador de la naturaleza humana a través del mito, nos lleva a plantearnos una pregunta básica: ¿Por qué creemos? Quizás porque la fe recrea el miedo que padecemos al enfrentarnos con todo eso que tememos aceptar de uno mismo y el mito es una suerte de consuelo para digerirlo sin empacho. No me cabe duda que Sólo somos memoria es un ejercicio literario basto que responde a la pregunta. 
Considero que un rasgo distintivo del libro, además de ser bilingüe, es lo que de él se desprende: una suerte de mapa genealógico y un rumbo literario para entender el mecanismo secular de la religión en Juchitán, que dicho sea de paso, ha cambiado mucho, pues cada vez son menos los que se persignan ante San Vicente Ferrer, pues, como narra Víctor Cata en el cuento Abandono del Juramento, el nuevo padre celestial odia a los que caen de rodillas ante ídolos de piedra y palo y quienes los alaben están condenados a habitar el infierno. 
Al leer cuentos como Miedo, Cente Biida’, El Cazador o Santo es imposible no hallar rastros de Doctor Faustus, esa novela de Thomas Mann que narra la historia del compositor alemán Adrian Leverkühn, que hace pacto con el diablo. 
Imposible tampoco es pasar por alto la estructura de Sólo somos memoria, ya que además de incluir cuentos breves, redondos, líricos, plagados de metáforas y proverbios populares, hablan también del cielo y el infierno, de su lucha permanente. Sin embargo, en estas historias se da fe de que tanto el bien como el mal, concilian la belleza y de que por el Istmo se pasean como simples mortales, Jesús, San Juan y el Diablo.
Muy a su manera, Víctor Cata hace que la poesía brote de la tierra, como la milpa que cada dos meses madura las mazorcas en el cuento Un tal Jesús. O que caiga del cielo como una tempestad parecida a la que arremetió en el pueblo en Centella, un cuento que narra la historia de un caballo, que cada vez que su dueño trepaba en su espinazo lo hacía sentir diablo y, contrariamente, hasta veía cerca de su cabeza el cielo. 
En el transcurrir de estas historias atestiguamos a mujeres hablando con San Miguelito y a blasfemos voceando a la luna nueva para que no se los lleve. A muxes que lo mismo bañan muñecas de palo con tierra caliente para quitarles la mugre, que a la Virgen de la Concepción. También podemos ver que las calles silenciosas recuerdan a poemas de Pancho Nacar, y que la noche es un esqueleto que infunde miedo cuando el cielo recoge su enagua de luciérnagas y apaga la luna. 
Cuentos como El Testamento son un ejemplo más de eso que necesita el mundo para seguir equilibrado. El bien debe fundirse con el mal o viceversa, como un matrimonio, porque de esta unión se alimenta el deseo, aunque no sea precisamente por seres del sexo opuesto, como relata Santo, cuento que cierra el libro. 

Texto escrito para la presentación del libro de relatos Sólo somos memoria (Praxis)

20080528

No lo tomes personal, de Fernando Lobo


Luego del extraordinario Relato del suicida (Almadía, 2007), donde se plantean los derroteros y las órbitas filosóficas por las que transita el profesor Tadeus Jiménez con la firme convicción de quitarse la vida, Fernando Lobo (Ciudad de México, 1969) publica No lo tomes personal (Mondadori, 2008), una novela con un ritmo implacable pero con la misma carga de reflexiones filosóficas en torno al vértigo que los abismos provocan.
Justo cuando me percato que mi cuenta de yahoo ha sido desactiva sin razones aparentes, topo con No lo tomes personal y descubro el mundo, a simple vista soterrado, de los hackers. Y es que la novela arranca justo cuando Jose — descendiente de españoles refugiados en México durante el régimen franquista—, decide, luego de un desperfecto en su auto que lo obliga a detenerse en medio del tráfico de Avenida Cuauhtémoc—, que para salir de la ignominia y dejar atrás el lucrativo negocio de clonación de tarjetas de crédito con el que se ha ganado la vida desde hace no mucho tiempo, tiene que dar un gran golpe: “Un solo golpe, un golpazo, un verdadero desfalco, mucho dinero y no trabajar nunca más…” La historia transcurre lineal con breves flashbacks que nos ayudan a comprender la psicología de los personajes que, dicho sea de paso, Lobo hace que uno llegue a realmente a apreciarlos y solidarizarse con sus ideas y convicciones. Temas como la globalización, la publicidad, la tecnología cibernética, el fraude, la traición y la componenda pueblan las páginas de No lo tomes personal a una velocidad vertiginosa en la que, si bien de pronto encontramos pasajes donde el lector puede dudar de los hechos, el autor no da tiempo de reparar en ellos cuando ya está arrojando nuevas y viejas realidades que apuntalan lo narrado y, al mismo tiempo, arrojan sentencias que el sistema y la sociedad mexicana validan. Es así como vemos que la vida cómoda de la metafísica Larisa, que se desempeña como publicista, da un giro vertiginoso tras ser una de las muchas víctimas de tarjetas clonadas de Jose, Paloma y su hermano Mario, un adolescente adicto a la cocaína y los video juegos, que sabe desarmar y volver armar su pistola Mágnum en un tiempo record. Además del entrañable Jose, quien siempre viste chamarra de piel y camisa de seda, en la novela circulan Calvin Estrada, el maestro de la burbuja cibernética, el Gus, el Gólem y el Tuit, todos personajes cargados de un humor socarrón que nos llevan por nuevas vertientes del socorrido realismo sucio. En fin, No lo tomes personal nos muestra la otra cara de la moneda, esa que jamás encontraremos en los noticiarios o en los rotativos, pero que sin duda palpamos todos los días, sólo que a diferencia de otros autores que han cosechado fama en el género, Lobo nunca se queja de vivir en la Ciudad de México ni de sus habitantes, sus apuntes van más arriba.

20080526

Las dos amigas y el envenenamiento, de Alfred Döblin

Basada en un proceso altamente publicitado por los medios impresos en los años 20, Las dos amigas y el envenenamiento (Acantilado, 2007) —publicada por primera vez en 1924—, narra el crimen perpetrado por una mujer (Elli) en contra de su marido (Link), luego de que éste le infringiera una serie de maltratos y ultrajes que terminaron por inocular en ella un sentimiento malsano. Como resultado Elli —a quien el autor describe como una muchacha hermosa, de franqueza inofensiva, juguetona y alegre, que antes de casarse se divertía provocando a los hombres—, se refugia, primero emocional y luego físicamente, en la esposa (Grete Bende) de un amigo de Link.
En la obra —dividida en 5 partes: una que cuenta la historia de modo novelesco, un epílogo escrito por el autor, un par de análisis sobre la grafía de ambas mujeres y un postfacio de Jochen Meyer— Döblin logra diseccionar la psicología de lo que aparentemente fue un crimen motivado por el maltrato y el enamoramiento mutuo de las dos mujeres. No obstante, cabe mencionar que tanto en la novela como en los diagnósticos posteriores los nombres fueron cambiados por el mismo Döblin.
El autor alemán —nacido en Stettin, Pomerania, lo que actualmente se conoce como Szczecin, en Polonia, aunque siendo aún un infante se trasladó a Berlín—, basó la escritura de Las dos amigas y el envenenamiento en notas periodísticas, en 600 epístolas —que se enviaban Elli y Grete para ponerse al tanto de lo ocurrido en sus respectivos hogares y profesarse un amor a prueba de todo, pretexto, dicho sea de paso, en el cual la futura homicida se ampara para administrar arsénico en la comida de su marido— y varios estudios psiquiátricos, hechos por Döblin y otros tantos de especialistas que participaron en el esclarecimiento de las patologías de ambas mujeres en el juicio que se llevó a cabo una vez que se hizo público el caso.
La obra da poco espacio al lector para sacar conclusiones al respecto, puesto que el mismo autor va apuntalándola con sus propias teorías, sin embargo goza de excelentes trazos narrativos y gran crudeza. Basta decir que en el epílogo el mismo Döblin asegura que “la mayoría de las interpretaciones psicológicas no son sino literatura novelesca” y que para entender ciertos términos fáciles dentro de la historia, tal cual él la conoció en las actas, las notas periodísticas y el archivo epistolar, fue preciso reconocer “los verdaderos motores de estos casos”, es decir a los personajes que participaron en esta historia. Razón que lo llevó a recorrer las calles donde los hechos tuvieron lugar, así como la taberna donde las mujeres se conocieron y la casa de una de ellas. “No me proponía realizar un vulgar estudio del entorno social. Sólo tenía una cosa clara: que no se puede comprender la vida o un capítulo de la vida de un individuo fuera de su contexto”. Döblin, aparte de poeta, novelista y militante comunista, fue un psiquiatra reconocido que siempre estuvo a favor de los aportes de Sigmund Freud cuando en su tiempo muchos los cuestionaban. Y si bien el caso de Las dos amigas y el envenenamiento resulta ser un mero pretexto para este y otros tantos apuntes que arrojan un poco de luz para conocer y entender los motores del comportamiento humano, la obra también abunda en la psicología de la muerte y las pasiones, convirtiéndola en una novela policíaca de altura o en un reportaje de fondo. Otras obras de Alfred Döblin son Berlín Alexanderplatz, No habrá perdón, La tierra sin muerte, El tigre azul y Noviembre 1918. Más sobre Alfred Döblin.

Aquí un poco de la película Berlín Alexanderplatz

20080424

Cashback

Una bella película inglesa que explora los flujos de conciencia de un artista (Ben Willis) que sufre insomnio a causa del abandono de su novia. Estos se exacerban cuando para combatir el insomnio y evitar pensar en su ex-novia, Willis pide trabajo en una cadena de supermercados (Sanburys), donde encuentra una serie de personajes muy particulares. Una vez que terminas de ver Cashback tu concepción de la belleza será otra. O al menos, serás más consciente de que la belleza está en todas partes, sólo hay que saber observarla. Muy recomendable.

20080327

El Gran Vidrio, de Mario Bellatín, ¿escribir por escribir?


Tardé en llegar a lo que Mario Bellatín (Ciudad de México, 1960) se propone en el lector de sus obras: “que nadie crea un ápice de lo que está escrito”. Antes tuve que leer su Obra Reunida (Alfaguara, 2005) y después El Gran Vidrio (Anagrama, 2007). El proceso para descubrir el truco fue develado a medida de que el índice se fue agotando. Y es que al final de Obra Reunida aparece el ¿ensayo? Underwood Portátil. Modelo 1915, en el que su autor afirma: “Y eso, que para muchos es motivo de elogio, para mí no es sino una condición como cualquier otra que no tengo más remedio que soportar”. Supongo que es porque ahora es bien visto que los magos revelen la mecánica de la ilusión con la que han impresionado al espectador: la verdad en la mentira de la ficción. Sin embargo, no dejo de pensar en cómo alguien que evidentemente ha cosechado éxito en el mundillo literario e incluso se esfuerce y comprometa en llevar su obra por derroteros incluso echando mano de otras disciplinas artísticas, pueda sostener hacerlo en la inconciencia:“escribir por escribir”.
Tal vez, como él mismo declara, escribir es un ejercicio que soporta por una suerte de venganza contra su familia, que se opuso a que escribiera. La lectura de la mentira que Underwood Portátil. Modelo 1915 entraña me arrojó más de una verdad. La primera, que el texto es un manual de contradicciones, pues el autor habla de su aberración a la escritura y la estructura, pero se deleita contándonos cómo fue que hizo —ya sin la culpa que dice sentir al escribir— para concebir y estructurar sus novelas; habla de sus búsquedas, pero es la máquina, la underwood portátil, la que dicta las palabras que ha de imprimir. Y a pesar de que dice no recordar “haber dejado nunca pendiente algo por el hecho de escribir… actividad tan absurda”, encuentra el sentido de este ejercicio vengativo en el placer del “sonido que surge de las teclas”. La segunda, que Mario Bellatín, el personaje, es una extensión del misterio que su escritura ha creado. No es importante lo que dice sino, precisamente, el misterio que esconde, de ahí su éxito. Cierto es que, como ocurre en muchos casos, el autor de Shiki Nagaoka: una nariz de ficción, Jacobo el mutante, Perros héroes, Flores —novelas que me remiten a otros textos más logrados de escritura fragmentada (Georges Perec) o al uso de la fotografía (W.G. Sebald)— se ha ganado un sitio en el mercado de la literatura mexicana.
Ahora bien, en el Gran Vidrio Bellatín afirma haberse inspirado en una celebración: “Es una fiesta que anualmente se realiza en las ruinas de los edificios destruidos en la Ciudad de México, donde viven cientos de familias organizadas en brigadas que impiden su desalojo”. A mí, francamente, me lleva a pensar más en la pieza homónima de Marcel Duchamp. Y es que, en la nueva novela de Bellatín, con la que obtuvo el Premio Mazatlán de Literatura 2008, ensaya —sin mucho éxito— la misma teoría del artista francés: una pieza que pretende ser otra cosa, un brinco a otro terreno cuyas raíces permanecen en el primero, una invención conceptual. Sólo que, a mi juicio, Bellatín se pierde en el intento y nos entrega tres supuestas falsas autobiografías (Mi piel, luminosa, La verdadera enfermedad de la sheika y Un personaje en apariencia moderno) arrebujadas, como buen mago, en los misterios ya nada novedosos de sus estructuras fragmentadas y sus temas. Como conclusión, al igual que la pieza de Duchamp, El Gran Vidrio de Bellatín es una obra inacabada, pero obra de arte al fin.
La primera de las tres falsas biografías: Mi piel, luminosa, narra la historia de una madre que exhibe los genitales de su hijo en unos baños públicos con la finalidad de ser favorecida con ciertos objetos, entre ellos, lápiz labiales cuyos colores una vez en su boca la obsesionan. Bellatín cuenta la historia numerando cada una de las oraciones. Este ejercicio, ha declarado el autor, “es una suerte de vanguardia, traté de hacer evidente cada fragmento, entretejido en un universo completo. Es un larga letanía que muestra múltiples realidades de forma paralela”. Yo me pregunto dónde está la vanguardia si este tipo de ejercicio de numeración, y de apelar al recuerdo —como también él dijo que ha hecho para concebir El Gran Vidrio—, tiene una referencia —y la tiene en las tres falsas autobiografías— en los 480 recuerdos fragmentarios que pueden leerse como lo más cercano a una autobiografía de George Perec y, primero, en todo caso, en I remember de Joe Brainard.
En La verdadera enfermedad de la sheika, a decir de Bellatín, se ha inspirado en lo mahometano: el baile de un derviche para ser específico. Es una especie de meta-literatura que cuenta la historia de un escritor que ha escrito para la revista Playboy un texto homónimo al título. Por su parte, Un personaje en apariencia moderno es un relato en torno a la búsqueda de un Renault 5, que después disgrega en meta-literatura parecida al anterior, pero a mi juicio un poco —sólo un poco— más honesto, pues el autor va de la voz femenina a la masculina sin ningún reparo y confiesa, entre otras cosas en segundo plano, parte de sus trucos para concebir algunas de sus anteriores novelas: una especie de reciclaje de Underwood Portátil. Modelo 1915. Personalmente, esta última parte de El Gran Vidrio, me recordó a Vueltas Nocturnas o Experiencias Sexuales de Dos Gemelos Siameses, de Truman Capote, por dos razones: las confesiones y la eliminación de los límites entre la realidad y la ficción. Sólo que a Bellatín se le olvidó llevar el texto hasta sus últimas consecuencias, como sí lo hizo el autor de A Sangre Fría: “Soy alcohólico. Soy drogadicto. Soy homosexual. Soy un genio”. La lectura en conjunto de las obras de Bellatín, por alguna razón también me llevó a pensar en los relatos fantasiosos del Barón Munchausen, en esa suerte de embaucador que se inventa a sí mismo como mejor persona, pero en el caso de Bellatín al revés —me refiero al misterio del personaje que engendra Bellatín—, pero con la diferencia de que el autor nos enseña el truco de su magia que explota la degradación y la victimización con la inconciencia —supongo que la misma con la que dice escribir— del que se procura la aceptación y admiración del lector y la crítica. Dicho sea, pues, hay que “escribir por escribir”. Más sobre Bellatín aquí.

20080317

Yo maté a Saint-Exupéry


Los principales diarios del mundo publicaron ayer (16 de marzo, 2008) que Horst Rippert, un piloto alemán de 88 años, ha reconocido ser el autor de los disparos que abatieron el avión que dirigía Antoine de Saint-Exupéry en 1944 y cuyo cadáver nunca ha sido encontrado. Según se sabe, Saint-Exupéry despegó el 31 de julio de 1944 de su base en la isla de Córcega para una misión de reconocimiento a bordo de un avión Lightning P38, pero nunca regresó. "Pueden dejar de buscar. Fui yo quien abatió a Saint-Exupéry", dijo Rippert cuando fue localizado por los investigadores franceses del diaro La Provence. Según el relato que ha hecho, Ripper llevaba dos semanas de servicio en la costa sur de Francia cuando en la mañana del 31 de julio de 1944 identificó un Lightning 38 y se dirigió hacia el aparato, mismo que alcanzó con varios impactos, tras lo cual vio que caía sobre las aguas, pero no se percató de qué había ocurrido con el piloto. "Fue después cuando supe que era Saint-Exupéry. Yo esperaba que no fuera él, porque en nuestra juventud todos habíamos leído sus libros y los adorábamos", explicó el hoy octogenario Rippert.
Finalmente, el misterio de la desaparición de Saint-Exupéry, que había sido aviador para los servicios de correo aéreo francés durante años, parece aclarado. En 1998 un pescador encontró entre sus redes una pulsera de oro con el nombre del escritor grabado. Dos años más tarde se localizaron los restos del que se suponía era su aparato, suposición que quedó confirmada tres años después, cuando un submarino rescató los restos del fondo del mar y se pudo comprobar el número de serie del avión y constatar que se trataba del mismo que había despegado del aeropuerto corso de Borgo pilotado por Saint-Exupéry.
El vuelo de Saint-Exupéry se producía 15 días antes del desembarco aliado en la Provenza, tras el gran desembarco en Normandía, en junio. Se trataba de una operación destinada a obligar a las tropas alemanas a emprender la retirada definitiva hacia su país, creándoles un segundo frente en territorio francés que iban a ser incapaces de resistir. El escritor tenía como misión fotografiar las defensas germanas en la zona. Ahora Rippert explica la situación en el aire ese día de julio de 1934. "Me dije que si no se largaba iba a derribarle. Disparé y vi cómo le alcanzaba y caía, derecho al agua".
Rippert, que entonces tenía 20 años y era un piloto con muchas victorias en su palmarés, no encontró grandes dificultades para abatir el avión de su rival. El Masserchmidt ME-109 que tripulaba era más rápido y potente que el aparato del francés. Durante años Rippert ha ejercido como periodista, trabajando para la televisión pública alemana ZDF.
Rippert declaró en conversación telefónica que él había volado en una misión de reconocimiento el mismo día que desapareció el escritor. "Sé que derribé un avión como el de Exupéry. A él no lo vi. En pleno vuelo no se puede mirar en la cabina de otro avión".
Recuerda que pilotaba un caza Me-109 con base en Aix-en-Provence. "Era un día precioso, soleado. Despegué en una misión de reconocimiento. Debía vigilar la zona. Entonces entró Exupéry con su aparato, se puso en medio y yo disparé como era mi deber. El trasto se fue al agua, no tuvo tiempo para reaccionar", relata el que fuera piloto hasta el final de la guerra y posteriormente periodista de deportes en la segunda cadena estatal de la televisión alemana.
Añade, en su intento de explicar lo que ocurrió entonces, que los disparos contra el avión del escritor se enmarcaban en una acción de guerra. "Fue uno de mis 28 derribos. Yo nunca apunté contra personas, y le diré más: de haber sabido que Saint-Exupéry iba en ese avión, no hubiera disparado. Ya entonces había leído todos sus libros, era un escritor célebre. Pero yo no lo sabía, ni siquiera hoy puedo estar del todo seguro".
(Fuente, El País)

20080222

Malacara, de Guillermo Fadanelli, (apuntes para una historia sin fin)


Incómodo, corrosivo y contracultural, el ejercicio de años que Guillermo Fadanelli (Ciudad de México, 1963) se ha procurado para colocarse en serio la placa del realismo sucio le sigue dando resultado. En Malacara (Anagrama, 2007), su más reciente entrega —y recalco entrega porque así funcionan los contratos con las grandes editoriales— ha creado un personaje (Orlando Malacara) —muy parecido al Benito Torrentera que nos presentara en su novela Lodo (Debate, 2002)—, un filósofo región 4, idiota y héroe al mismo tiempo, que nos cuenta, no sin el humor soez característico del autor, que ha cambiado sus aspiraciones por una total indiferencia para con el mundo. “Hoy en día es tan sencillo vivir más allá de lo necesario: las vidas se extienden en el horizonte, como nubes holgazanas que vuelven todo un poco más confuso”. A la par que exacerba su deseo de que dos mujeres (Rosalía Urdaneta y Adriana Nepote) acepten vivir a su lado por el resto de sus días, quiere asesinar a alguien, porque aspira a ir al cielo. “¿Y si sólo matando a otros se ganara el cielo? No hay pruebas de lo contrario”. Al parecer, Malacara comenzó a (de)formarse desde la infancia, pues a tan temprana edad especulaba acerca del trasero de su niñera (Benita), quien, al igual que su familia, no leía a Montaigne, “pero sabía como él que un recién nacido tiene ya edad suficiente para morirse. Y si tiene edad suficiente para morirse tiene edad para acariciar las nalgas de Benita”. En suma, Malacara acaba convirtiéndose en una especie de sabio, “falso católico, cínico espurio, y asesino timorato” que todo el tiempo está ajustando su inútil vida con razonamientos prestados. “Como si decidiera vestir el atuendo de un bufón anacrónico, permito que mis impulsos se expresen sin preguntarme acerca de su valor y, en caso de remordimientos por los actos cometidos, me tranquilizo pensando que un día estaré bien muerto.” Prueba de lo anterior —y esto ocurre hasta el capítulo quinto (Acusación), donde el autor ha decidido dejar de lado los recuerdos para darnos un poco de acción y quejarse con ahínco de vivir en el Distrito Federal— es que Malacara parece no sentir la más mínima preocupación cuando llega un grupo de agentes a interrogarlo pues un par de vecinas octogenarias afirman haberlo visto cometer un crimen en la calle de la colonia Escandón en que vive. Bien instalado en su papel de “hombre sin importancia colectiva”, y con la irritación de parecerse cada día más a su padre, Malacara arroja un poco de luz a tanta oscuridad y se hace maestro del Instituto Benjamín Franklin, ubicado a tan sólo unos pasos de su casa y en donde estudian exclusivamente jovencitas. Aderezada con otros buenos capítulos plagados de remembranzas y aventuras estrambóticas, y postulados de cómo debe de ser la nueva novela: “hoy es necesario tener conciencia de que una novela debe parecer cualquier cosa menos una novela”, la vida anodina de Malacara da un giro cuando violan a una de las alumnas del Instituto. Finalmente, parece que el personaje —prosélito irreflexivo de Sobre la Estupidez, de Musil— tomará un decisión. En cuanto a su estructura, la novela cuenta con capítulos inútiles —personalmente omitiría dos o tres de ellos— y la acción no es lineal; acaso en eso radique la efectividad de ésta, la más reciente entrega de Fadanelli, aunque, debo decirlo, tengo la impresión de seguir leyendo la misma historia: ¿Maizena de Fresa? ¿Lodo? ¿Educar a los topos?, la misma fórmula, secuelas que desentrañan a un mismo personaje filosofando sobre la redondez de una naranja, a la que mira por encima del cañón de una pistola. Más sobre Fadanelli

20080220

El triunfo de la belleza, de Joseph Roth


"Si el amor, como dice el proverbio, vuelve ciegos a todos los hombres corrientes, cuánto más a los escogidos, a los nobles". Joseph Roth

Joseph Roth (Brody, 1894 – París, 1939) sin duda es uno de los más celebres escritores entreguerras. Tomó el pulso de la decadencia de los Habsburgo y sus consecuencias, así como el éxodo de los judíos de la Europa Central hacia Occidente, y lo trasladó a la literatura. Una significativa muestra —desarrollada en los tiempos de la caida del imperio austrohúngaro, en el que el exhibicionismo del baile es un paliativo para la sociedad europea confungida— se aprecia en "El triunfo de la belleza" (Acantilado, 2003), un relato breve —escrito en París en 1934— donde Skowronnek, ginecólogo de un popular balneario en cuyas aguas termales las mujeres han de ir a curar sus afecciones de la matriz, la esterilidad y la histeria, cuenta a un viejo amigo escritor la historia de un joven diplomático enamorado hasta el tuétano de su esposa inglesa (Gwendolín), quien ha de conducirlo a la tumba valiéndose de los artilugios de una falsa enfermedad. Las mujeres encuentran su alivio en este lugar más gracias a la ayuda de ciertos hombres, "vigorosos y sedientos de amor", que acuden puntualmente, "como algunas aves migratorias", temporada tras temporada, que por la convicción de los efectos maravillosos de sus aguas. La obra —traducida al español por Berta Vias Mahou—, da cuenta de la potencia sin adornos, clara y directa de la que Roth se vale para trastocar las virtudes de la mujer. Y aun cuando es insoslayable la carga misógina y hasta homosexual del personaje (Skowronnek) impresa en el relato, no deja de ser un compendio socarrón donde, como el título lo señala, la belleza femenina es la continua fascinación donde los hombres han de caer vencidos. “He dejado de compadecer a los maridos de las mujeres enfermas. No se puede asistir a los incurables. Al que quiere suicidarse, es imposible salvarlo. Los maridos de ciertas mujeres enfermas son suicidas incurables”, le dice Skowronnek a su amigo (el narrador) antes de comenzar a contarle la historia. Otras obras que vale la pena leer de Roth y de las cuales pronto subiré las reseñas son: "Job", "Hotel Savoy" y "La leyenda del santo bebedor", ésta sería la última que escribiera, antes de morir víctima de alcoholismo. Más sobre Joseph Roth aquí.

20080127

En riesgo teatros de SOGEM


Las luces de alarma se encendieron entre los miembros de la comunidad SOGEM luego que empezó a correr el rumor de que los teatros Wilberto Cantón, Coyoacán y el foro Rodolfo Usigli serían concesionados a productores privados y que la Escuela de Escritores, fundada por José María Fernández Unsaín en 1976, podría cerrar sus puertas.
Como reacción, dicha comunidad, en la que se cuentan escritores, dramaturgos y actores, entre otros, hicieron circular un par de documentos —un comunicado y una carta— donde anunciaron que algunos miembros —sin decir quiénes— del Consejo Directivo de la Sociedad General de Escritores de México pretendían facilitar los teatros a la iniciativa privada poniendo en riesgo los únicos reductos para autores mexicanos.
“Ante la falta de transparencia y políticas excluyentes del INBA, de la UNAM y los apoyos del FONCA, estos teatros representan los espacios gracias a los cuales no estamos muertos del todo”, dice el comunicado.
“Tenemos derecho a conservar estos espacios que le han costado sangre, sudor y lágrimas no sólo a los dramaturgos mexicanos, sino también a los actores independientes que los donaron a SOGEM”.
Mientras que en la carta, dirigida al Consejo Directivo, Víctor Hugo Rascón Banda y Tomás Urtusástegui, Presidente y Director de la rama de teatro de SOGEM, respectivamente, se asienta que los miembros de la comunidad solicitan una asamblea para que se les informe e incluya antes de que se tome decisión alguna.
“También, conscientes de nuestra responsabilidad, queremos plantear un plan de rescate, si ese es el problema… para solventar cualquier situación económica o de otro tipo que tengan nuestros teatros, o cualquier otro de los espacios pertenecientes a la institución porque consideramos, son de toda la comunidad de SOGEM”.
No obstante, los nombres de Pablo Leder y Tito Dreinhuffer e incluso OCESA, habían empezado a sonar como los posibles aspirantes de las concesiones, sin embargo, el jueves pasado, desde un hospital capitalino, Rascón Banda desmintió dichos rumores.
Agregó también que los teatros que SOGEM administra —que les fueron donados por Wilberto Cantón y por el Sindicato de Actores Independientes (Said), y que desde entonces han hospedado más de 400 obras— se rentan al 20% de lo recaudado en taquilla, mientras que los de la iniciativa privada llegan a hasta quedarse hasta con el 60%. Por eso, una vez que terminen las temporadas de los montajes que tenemos previamente convenidos, dichas rentas serán del 30 o del 40%.
Ante tal situación, la actriz Cristina Michaus comentó que el teatro mexicano vive un momento crítico, “una desvinculación donde no hay plataforma ni solidaridad”.
Dijo que “SOGEM se ha venido deshaciendo de muchas cosas, como los teatros del Seguro de Social (Legaria, Santa Fe, Isabela Corona, Xola, y otros tantos en provincia), incluidos dentro del paquete de Felipe Calderón de concesionar la salud, y eso me da miedo, porque parece que esa es la tendencia”.
Además, sostuvo que “La Compañía Nacional de Teatro está en manos de un grupo de yuppies, y si ya es difícil para los jóvenes dramaturgos mexicanos montar sus obras, si se concesionan los teatros tendrán tres espacios menos. ¿Qué van a hacer los dramaturgos que generan la Escuela de Escritores?”
Por ejemplo, aseguró, “el Teatro Helénico se la vive montando obras dosificadas, muy intelectuales, de tres o cuatro funciones para que sólo sus cuates las vean. Eso no es hacer cultura, mucho menos generar nuevos públicos, lo único que están provocando es que el teatro mexicano se esté yendo rotundamente al carajo”.
Por su parte, la dramaturga Gabriela Ynclán y miembro de la Comisión Consultora de Teatros, destacó que debido a problemas económicos, en la última asamblea se acordó “reducir gastos de administración, así como el pago de seguros de vida a algunos escritores. Pero no se habló de la concesión de los teatros ni del cierre de la Escuela de Escritores”.
Sin embargo, dijo, “nos enteramos que efectivamente éstas propuestas son ciertas”. Por lo tanto, como sociedad de gestión no sólo preocupada por la recaudación de regalías, sino también por la formación de escritores mexicanos “es muy importante mantener estos foros. Y no somos los únicos interesados (la gente de teatro), hay a su vez un gran grupo de escritores y cineastas que necesitan los espacios para presentar sus trabajos”.
Comentó que tanto los teatros como la Escuela de Escritores “no representan un problema para SOGEM, si bien no aportan mucho tampoco le quitan. No entiendo de dónde surge la idea de rentar la biblioteca y concesionar los teatros e incluso cerrar la escuela, pienso que se está aprovechando el hecho de que Víctor Hugo Rascón Banda está enfermo para lanzar la propuesta, aunque si no lo estuviera tampoco es posible que pueda impedir que la concesión se lleve a cabo”.
Se sabe que ya hubo ofertas de “60 mil pesos mensuales por el Wilberto Cantón y de 30 mil por el Coyoacán, y eso no es nada, porque ningún teatro en este país se renta por mil o dos mil pesos diarios, además de que cualquier autor mexicano mete más que eso en taquilla”, recalcó la dramaturga.
En entrevista, Silvia Mejía, titular de la Coordinación de Teatros de la SOGEM aseguró que “sí se contempló la posibilidad de concesionar los teatros”. No obstante, “en los próximos días se hará una asamblea de rama para lanzar la propuesta formal de invitar a productores privados a apostar en nuestros teatros con obras mexicanas”.
Adelantó que la SOGEM tuvo una reunión con Ignacio Escárcega, Coordinar de Teatro del INBA, para cimentar dicha propuesta, y que los nuevos proyectos de los teatros sean partícipes del programa de Apoyo a la Autoría Escénica Iberoamericana. Por lo que, dijo, “se desatará un movimiento importante”.
Lo anterior, aseguró, “nace de una búsqueda de medios económicos para sustentar los espacios de SOGEM. La idea es generar ganancias para seguir apoyando al teatro mexicano, ya que no tenemos subsidio como los foros de las grandes productoras, es decir el Teatro Helénico y los del Centro Cultural del Bosque”.

20080112

Buenas noches, don Andrés… Adiós, maestro Henestrosa


Siendo oaxaqueño es casi un delito no saber quién fue Andrés Henestrosa. Más allá de eso, yo tuve la oportunidad de conocerlo. Un periódico (El Imparcial) y la revista (Mujeres) para los que trabajaba, me encomendaron el privilegio de ir a entrevistarlo en su casa ubicada al sur de la Ciudad de México, con motivo de su aniversario 98. Acordé la cita con su hija Cibeles y fui en compañía de mi amiga, la poeta Ingrid Valencia. Nos recibieron y pasamos a una enorme biblioteca. Como toda biblioteca, ésta estaba abarrotada de libros, lo cual me pareció un tanto extraño pues un año atrás (en noviembre de 2003) había donado algo así como 35 mil títulos al espacio que ahora lleva su nombre y que se encuentra ubicado en el Centro Histórico de la ciudad de Oaxaca. De pronto, apareció don Andrés, caminando con paso lento del brazo de hija, dando unas últimas instrucciones (en zapoteco) a una empleada de la casa. Yo no hablo zapoteco así que no entendí de qué se trataba. La entrevista duró poco más de una hora y me gustaría postearla pero tristemente ha quedado en el disco duro de mi antigua computadora cuya tarjeta madre valió… bueno, ni hablar. Eso me da el pretexto de ir con alguien que sepa cómo recuperar esos archivos para poder incluirla en este blog. (Lo prometo). No voy entrar en detalles pero sí me gustaría remarcar el carácter alegre de don Andrés a los 98 años, lúcido y coqueteando con Ingrid, como después la poeta Natalia Toledo me llegó a comentar que era el maestro, y que si hija se encargó en confirmar esa misma tarde: “Es un coqueto”, dijo. Pero ese carácter del maestro Henestrosa es el que hoy me lleva a preguntarme cómo es que se le hace para ser tan alegre, tan humilde y generoso, supongo que eso se logra después de haber leído toneladas de libros y de compartir charlas de todo con los personajes más más de la vida política y cultural del país. En fin, días después lo encontré en Oaxaca, en la presentación de una edición especial de Los Hombres que Dispersó la Danza que Carla Zarebska y Abel Iraizos armaron, en la que se incluyen algunas obras de Francisco Toledo y Graciela Iturbide, una edición bellísima, dicho sea de paso. Ahí, viéndolo compartir con amigos y personajes de la cultura y la política oaxaqueña, recordé algo que me dijo durante la entrevista que le había hecho días antes. Yo ya sabía que a don Andrés le gustaba beber, como él mismo dijo:“terriblemente”, así que le pregunté si lo seguía haciendo. Me dijo, mirando de reojo a su hija, “claro, de vez en cuando me dejan echar mi copita”. Ese día parece que se tomó más de una copita, pero se le veía contento. Antes de irse a dormir, porque la cena de la presentación fue en el mismo hotel donde se hospedaba, me paré, lo saludé y le entregué una copia de El Imparcial, donde venía la entrevista que le había hecho. No sé si la leyó, pero a pesar de que lo vi en la televisión y en periódicos muchas veces más, ese es el último recuerdo que guardo de él. Yo, dándole la mano y deseándole buenas noches. Buenas Noches, don Andrés, no lo olvidaremos jamás. Adiós, maestro Henestrosa.

20080110

Muere a los 101 años Andrés Henestrosa


México.- El escritor Andrés Henestrosa falleció este jueves, informó esta noche Carlos Loret de Mola en su informativo Contraportada que transmite Organización Radio Fórmula.
El escritor oaxqueño tenía 101 años al momento de fallecer. No se dieron las causas que provocaron su muerte.
El poeta, narrador, ensayista, historiador y orador mexicano Andrés Henestrosa, quien también fue incansable investigador, defensor y documentador de su cultura, la zapoteca, celebra hoy 100 años de vida, con una lucidez y frescura envidiables.
Henestrosa Morales nació en Ixhuatán, Oaxaca, en 1906, y sus estudios primarios los hizo en Juchitán, Oaxaca.
Habló exclusivamente lenguas indígenas hasta la edad de 15 años, cuando se trasladó a la Ciudad de México.
Estudió durante un año en la Escuela Normal de Maestros y en 1924 se inscribió en la Escuela Nacional Preparatoria, en la que se graduó como Bachiller en Ciencias y Artes.
También hizo estudios en la Escuela Nacional de Jurisprudencia, en la carrera de Derecho, sin graduarse. Asimismo, fue alumno de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de México.
En 1927 fue alumno de Sociología con el maestro Antonio Caso, y fue éste quien le sugirió que escribiera los mitos, leyendas y fábulas que Henestrosa refería oralmente, idea que fue la base de su libro “Los hombres que dispersó la danza” , publicado dos años depués.
El maestro Henestrosa ha hecho aportaciones destacadas al indigenismo, y en su obra “Los hombres que dispersó la danza” recreó, con una prosa llena de brío y eficacia narrativa, cuentos y leyendas de su tierra zapoteca, tomados del acervo popular.
Tras su frescura tácita, late una orgullosa nobleza de su condición indígena, tan profunda como antigua.
A decir de los conocedores, su “Retrato de mí madre” (1940) es una de las páginas más hermosas de la literatura mexicana, en que la evocación filial, ajena a todo sentimentalismo, se expresa con una elocuencia sobria y vigorosa.
Dicha pieza es junto con la “Visión de Anáhuac” , de Alfonso Reyes, y “Canek” , de Ermilo Abreu Gómez, una de las obras mexicanas más veces editada.
El prolífico autor zapoteco tiene, además, una importante labor crítica, durante muchos años ha escrito ensayos, artículos y relatos, dispersos en las páginas de revistas y periódicos o como prólogos y contribuciones a diversos libros.
Dentro de su extensa obra, Henestrosa ha seguido una línea paralela a la de sus libros, la exaltación de su pueblo y del pasado indígena, la defensa de ese espíritu liberal, así como el estudio y valoración de las expresiones de su país.
Participó en 1929 en la campaña presidencial de José Vasconcelos, en la que recorrió una gran parte del país, al mismo tiempo que leía y escribía cartas a sus amigos, haciéndoles descripciones de pueblos y crónicas de esa gira electoral.
Sin embargo, de esos escritos muy poco se salvó al publicarse en periódicos y revistas de aquella época.
En 1936 fue becado por la Fundación Guggenheim de Nueva York, Estados Unidos, para llevar a cabo estudios sobre la significación de la cultura zapoteca en América.
Además, permaneció por breves temporadas en Berkeley, California; Chicago, Illinois; Nueva Orleáns, Louisiana; Nueva York, y varios lugares más, siempre investigando en archivos y bibliotecas.
A Henestrosa se debe el haber fonetizado el idioma zapoteco, para lo que preparó el alfabeto y un diccionario zapoteca-castellano, en el que el primero se puso en práctica.
Ingresó a la Academia Mexicana de la Lengua el 23 de octubre de 1964 como miembro numerario, ocupando la silla 23, organismo en el que de 1965 a 2000 ocupó el cargo de bibliotecario.
Dentro de su vasta obra destacan los relatos “Los hombres que dispersó la danza” (1929) , “Caminos del corazón” , “Los hombres que dispersó la danza y algunos recuerdos, andanzas y divagaciones” , reedición del Fondo de Cultura Económica de 1992, y “Retrato de mi madre” (1940) .
También, “Los cuatro abuelos (Carta a Griselda Alvarez)” , 1960; “Sobre mí (Carta a Alejandro Finisterre)” , 1936; “Una confidencia a media voz (Carta a Estela Shapiro)” , 1973, y “Carta a Cibeles” , 1982.
Estas cuatro cartas autobiográficas han sido reunidas en un volumen bajo el título de “El remoto y cercano ayer” .
En 1972, bajo el título de “Obra completa” , apareció en un volumen todo cuanto hasta entonces había publicado Henestrosa, y posteriormente publica “De Ixhuatán, mi tierra, a Jerusalén, tierra del Señor” (1976) y “El maíz, riqueza del pobre” (1981) .
En el campo del ensayo, publicó “Los hispanismos en el idioma zapoteco” , que fue su discurso de ingreso a la Academia Mexicana de la Lengua, en 1964; “Acerca del poeta y su mundo” , respuesta al discurso de ingreso de Alí Chumacero al mismo organismo (1965) , “De México y España, colección de artículos, ensayos y cartas” (1974) , y “Espuma y flor de corridos mexicanos” (1977) .
Prolífico autor, prologó más de 40 obras de autores mexicanos y extranjeros, y realizó en colaboración con Ermilo Abreu Gómez, Jesús Zavala y Clemente López Trujillo en 1946 la “Antología.
Ejerció el periodismo desde hace medio siglo, colaborando hasta el día de hoy en los diarios más importantes del país, además de que dirigió la revista ” El Libro y el Pueblo ” y fue fundador de ” Las Letras Patrias “.
De la misma forma, escribió en las pubilcaciones ” Hoy “, ” Revista de la Universidad “, ” Epoca “, ” Revista de la Cámara de Comercio “, ” Revista de América “, ” Aspectos “, ” Casa del Tiempo “, de la Universidad Autónoma Metropolitana, y en Notimex.
También se desempeñó como director de la revista ” Mar Abierto. De Ambos Mundos “, (1985-1992). En 1970 apareció el libro ” Alacena de alacenas “, colección de artículos publicados cada domingo en el periódico ” El Nacional” de 1951 a 1970.
Mucha de su obra literaria se encuentra dispersa en periódicos y revistas de los últimos 50 años, en espera de ser compilada y seleccionada.
Durante 40 años también fue maestro de Lengua y Literatura en la Uiversidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y en la Escuela Normal Superior de la Secretaría de Educación Pública (SEP) .
Fue diputado federal en las XLIV y XLVI Legislaturas por el Estado de Oaxaca; jefe del Departamento de Impuestos Especiales de la Tesorería de Distrito Federal; jefe del Departamento de Literatura del Instituto Nacinal de Bellas Artes (INBA) , y jefe de Prensa y Publicidad del Senado de la República.
El maestro Henestrosa fue merecedor de las distinciones Medalla Elías Sourasky (1973) ; Presea Ciudad de México (1990) ; Medalla Ponciano Arriaga, por méritos legislativos (1991) ; Medalla Ignacio Manuel Altamirano, de la Secretaría de Educación Pública (1992) , y Medalla René Cassin, de la Tribuna Israelita (1992) .
Asimismo, Medalla al mérito Benito Juárez, de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística (1993) ; Medalla Belisario Domínguez, del Senado de la República (1993) ; Premio Nacional de Lingüística y Literatura (1994) y Medalla de Oro, de Bellas Artes (2002) .
En su honor fue instauradas la Medalla Andrés Henestrosa, de Escritores Oaxaqueños A.C. (1992) y la Medalla de la Comisión del Deporte Andrés Henestrosa.

Nota tomada de Milenio

20071210

Apología de Lágrimas de Newton


Lo que muchos escritores buscan en los periódicos, en los sueños, en las historias que cuenta la gente, en los recuerdos o en los mismos libros, Daniela Bojórquez lo encuentra en los espacios comunes de la ciudad. Porque eso es Lágrimas de Newton: un breve índice de lo que sólo hallaremos allí, cuando decidimos aguzar los sentidos. No es accidente que estas historias ocurran cuando abandonamos nuestros refugios-jaulas para buscar lo que habremos de comer o con lo que habremos de pagar la renta, o ya de menos toparnos, en una suerte al estilo Marcel Proust, con un recuerdo donde todo parecía estar mejor, aunque de antemano sepamos que el dicho: “todo tiempo pasado fue mejor” no sea cierto, y no porque en el pasado ocurrieran menos cosas malas, sino porque ya las hemos olvidado o, en el mejor de los casos, las hemos acomodado a nuestro antojo. Y en eso están los personajes que pueblan Lágrimas de Newton, recordando, olvidando o acomodando algo, en medio de las inclemencias de un clima que siempre presagia días grises o lluvia y por unas calles donde siempre circulan camiones que quién sabe adónde llevan.
Y todo eso Daniela lo encuentra con la astucia de la fotógrafa que también es: su otra pasión. Porque en estos 20 cuentos hay párrafos completos que no son otra cosa que postales, elaboradas con la misma rigurosidad que la obliga a hacer ajustes en sus encuadres para tener una composición exacta, acercando o alejando el zoom, abriendo el diafragma del lente y ajustando la velocidad del obturador, agachándose o subiéndose en algo, e incluso, si es necesario, tirándose al piso, pero siempre haciendo lo que el cuento exige.
Podría asegurar que es a partir de lo encontrado que Daniela se ve obligada a construir sus historias. Por ejemplo, en "Monito Maniquí" pudo ser un aparador que, dice, “exhibe sin empacho una corbata, una licuadora, el último disco de baladas, un maniquí a la moda otoño-invierno y un oso de peluche”. En "Perder el Hilo", “un papalote en forma de águila blanca” que surca el cielo un domingo y que la autora nos describe que lo hace bajo “cierta bruma que le estorba al paisaje urbano, sobre los paseantes, y sobre un cilindrero que da vuelta a la manivela”, y que a mi juicio esparce con notas de organillo una antigüedad en resistencia. Ya no es común ver cilindreros en la Ciudad de México, y mucho menos uno con trapo rojo.
En "Volantes", el cuento que abre Lágrimas de Newton dejando un buen resabio y pronosticando una narrativa ágil, sin líneas que estorben o distraigan al lector, es una caseta telefónica llena de volantes que “quieren despegarse de los masking tape que los sujetan”, a la cual a decir de la autora “ha llegado antes un muchacho que, con mano segura y lapicero sin punta, ha prácticamente cincelado un puto el que lo lea”. Pero lo que llama verdaderamente la atención de esa postal es un anuncio, un grito desesperado: Busco quien me quiera 0445530810938.
En "Duela Duele" es un aviso de periódico que anuncia un departamento en renta por la imposible cantidad de 2 mil pesos, en la misma colonia donde vive el presidente y que por esa razón es muy segura y “nunca se va la luz y el agua”.
Tal vez el cuento "Dos al Este" lo inspiró la estatua de un parque cualquiera puesta ahí “más por un afán decorativo que por un sincero homenaje”, dice Bojórquez. Y a "Pluma al Pulmón", la conversación con un taxista que colecciona avioncitos de plástico que coloca en el tablero de lo que hoy en día es una fuente de trabajo para licenciados, doctores, diseñadores o periodistas que no ejercen. Y qué decir de Origami, donde el personaje siempre espera que un alguien doble en una esquina o cruce su puerta, y mientras eso sucede se entretiene haciendo figuras de origami.
"Sporte Scol", uno de los cuentos más sorprendentes que componen el volumen Lágrimas de Newton, pudo haber sido originado por un letrero que ha perdido varias de sus letras, “detallitos”, los llama Daniela, pero que develan los conflictos humanos que todo buen escritor no debe perder de vista.
Por su parte, “Autorretrato en Llamas” pudo haber sido inspirado por un artista que vende sus obras en bares y cantinas, tal vez porque no ha tenido la suerte de vivir en Oaxaca, donde cualquier manchón hubiera encontrado un postor e infinidad de apologías.
Imposible no pensar que los cuentos de Lágrimas de Newton funcionan aisladamente, pero no puedo evitar verlos como una gran unidad. Pienso que la Lucía de Volantes es la misma joven que alguna vez se dejó poner un listón rojo que dice love is love como en el cuento "Red Ribbon", y que recuerda que era muy parecido al que usaba cuando la peinaban de cola de caballo en la primaria. O tal vez es la misma que espera junto a las oficinas de un ayuntamiento en "No Demasiado". La misma que siendo niña mira al personaje del cuento "Señor Amable de Sombrero" tropezar eternamente con la gente en el metro. La misma que añora un osito de peluche como en "Monito Maniquí", pero que su madre suicida nunca le comprará. Tal vez lo haga su abuela, aquella que mira a través de la ventana con una colcha cosida con retazos en el regazo en "Se Avecina una Tormenta", y que tenía una caja de chácharas llena de hilos de todos los tonos y matices, listones que nunca utilizaba, mismos que junto con los estambres la niña sacaba para hacer una línea de colores con la cual jugar a brincar la cuerda. Y son tal vez la misma niña y abuela cuyas muñeca y agujas de tejer se hallan olvidadas en la caja con la que siempre se encuentra en la bodega el fantasma de "Siempre Bailando".
Es esa Lucía la que ahora sin su madre y sin su abuela se inventa una familia con algunos usuarios del metro, en "Familia Exprés". Y que a veces es Ada y lleva una maleta blanca llena de manzanas. Y que a su vez nos revela una verdad dolorosísima en el cuento que da título al libro.
Y así podría seguir, pero se trata de que ustedes compren y lean este libro que tiene una escrupulosa confección en cada línea, donde el símil poco aparece porque la narrativa de Daniela es precisa. Donde en una sola historia se pueden hallar acertados brincos de la primera, a la segunda persona o de la tercera a la primera o la segunda. Pero sin duda, son historias que se van tejiendo como un huracán que avanza y se repliega en su ojo, donde reside su fuerza, para azotar de nuevo, dejando como catástrofe una serie de aliteraciones que no son más que recuerdos de su paso.
Finalmente, es imposible no sentir que Lágrimas de Newton tiene ciertos ecos de Raymond Carver, de esos personajes que ya nada esperan; de Quim Monzó y de los cuentos cortos de Ernest Hemingway, en los que sólo vemos la punta del iceberg, pero sabemos que en las profundidades de un mar agitado existe algo más grande.

20060723

Lo que les voy a contar sucedió hace mucho tiempo… (Entrevista con Natalia Toledo)


Lo que les voy a contar sucedió hace mucho tiempo… con esa línea comienza Natalia Toledo (Juchitán, 1967) su más reciente trabajo literario, La muerte pies ligeros (Fondo de Cultura Económica, 2006), un cuento presentado recientemente en Oaxaca, acompañado de las ilustraciones de Francisco Toledo que lo inspiraron.

Acaso estas mismas lineas sirvan de preámbulo para una conversación en la que Natalia habla de una infancia dividida entre el Juchitán de la séptima sección y la ciudad de México; de su familia, del encuentro con la poesía y de sueños tanto como de miedos.

Háblame de La muerte pies ligeros, ¿por que crear (escribir) a partir del trabajo de Francisco Toledo?

Fue una invitación expresa del maestro Toledo. Me enseñó unos grabados de la muerte brincando con distintos animales y para mí fue una gran alegría aunque las imágenes me provocaron cierta violencia. En el cuento (escrito en zapoteco, pero traducido a español, mixe, mazateco, mixteco y chinanteco) gana el chapulín pero es una ilusión porque uno ante la muerte siempre sucumbe.

Pareciera que el cuento está dirigido para niños, ¿es así?

Sí, fue pensado para niños, pero es un cuento que pueden disfrutar los adultos porque es muy gozoso, es medio lépero y tiene una carga poética —no pude evadirme a mí misma, fue mucha la tentación de crear imágenes—. En él hablo del pito y la changada, aunque siendo reales los cuentos infantiles están pensados para que los niños aprendan algo, así que usar la referencia del pito a mí me parece bellísimo porque existe en la obra de mi papá y yo crecí en medio de pitos de ranas y lagartos. Además, como es un trabajo de ambos sí podemos apelar a eso, ni modo, así somos y así somos en general los istmeños, nombramos las cosas sin miedo.

¿La muerte pies ligeros guarda alguna relación con Los hombres que dispersó la danza, de Andrés Henestrosa?

La traducción de la memoria colectiva que hizo Andrés Henestrosa no puede tener una relación con La muerte pies ligeros. Él lo que hizo fue escribir en sus propias palabras, esas historias, que también se sabía mi abuela y me las contaba. La muerte pies ligeros sí surgió a partir de los grabados de Toledo y en ese sentido es original porque uno se sienta a escribir con toda la información que tiene, con todo lo que ha visto, escuchado y leído.

¿Para quién es la poesía que escribes habiendo tan pocos lectores, sobretodo en lenguas indígenas, tiene caso hacerlo?

El gran reto de los escritores que escribimos en lenguas indígenas, y yo diría que de cualquiera que escribe, es buscar lectores, pero no hay lectores ni siquiera en español, los mismos que escribimos somos los que consumimos la literatura que hacemos. Todo lo que yo hago no van a tener sentido si no consigo que me lean en mi lengua, sobretodo en lado sentimental porque cuando uno se traduce está buscando a los otros, pero si el IEEPO y el FCE no logran llevar esos libros a las zonas donde se hablan esas lenguas el esfuerzo no habrá valido la pena.

Natalia recuerda: Cuando yo era niña mi vida transcurría en la séptima sección y las horas de escuela eran el único momento en el yo escuchaba el español; entrar de golpe, sin ningún proceso a esa lengua, fue un choque que me creó muchas inseguridades a la hora de hablar y escribir. Pero yo llegó ahí (a Juchitán), tiro mis chanclas e inmediatamente reanudo un diálogo con todo ese mundo, sin embargo, me hubiera encantado que el proceso de cambiar de idioma fuera gradual.

¿Cómo comenzaste a escribir poesía?

Yo escribo desde los 11 años, intentaba escribir versitos dedicados a mi papá porque yo veía que cuando le llegaba la correspondencia en París, la leía y luego la hacía cachitos, fuera de quien fuera. Entonces yo me propuse escribirle cartas interesantes, para que no las rompiera, donde la palabra tuviera un peso y supiera quién era yo, qué pensaba y qué sentía, si había llovido o si había ido a una exposición, porque ir a ver arte era como ir a verlo a él, era como estar cerca de él.

¿Por qué es la poesía de Rocío González y Natalia Toledo la única que da la cara en un marco nacional e incluso internacional?

Será porque tenemos muchos años haciendo lo mismo, pero siempre nos relacionan porque somos amigas, es como una hermana para mí, además ella es la primer persona que leyó un poema mío.

De eso dan cuenta un par de encuentros. El primero de ellos fue en la ciudad de México, en un ciclo de literatura, política y pintura juchiteca, llevado a cabo en El Juglar, donde Natalia pudo escuchar por primera vez a Rocío González.

De todos los que estaban ahí la única que me pareció brillante y me conmovió por la tristeza de su poesía fue ella. Recuerdo que dijo: Quiero pedir una disculpa porque lo que voy a leer no es festivo y empezó a leer sobre la muerte, por eso me identifiqué con ella, porque a pesar de que somos muy eufóricas también somos muy melancólicas, siempre estamos extrañando algo, quién sabe qué, pero nunca estamos completas.

El segundo momento fue en un evento, ahí fue donde iniciamos un diálogo que no ha terminado aún. Más tarde le mostré mis primeros poemas, me dio su aprobación y casi me para en el zócalo para gritarle al mundo que era poeta. Así comencé, luego debuté en el Palacio de Bellas Artes, en 1984, en una lectura de poesía oaxaqueña.

¿Hay alguien que valga la pena leer en Oaxaca?

La poesía como un movimiento en Oaxaca se observa desarticulado. A pesar de que se habla mucho de pintura, creo que hay buenos escritores.

¿Quiénes?

(Silencio… piensa). Está… Azael Rodríguez… (silencio)… no tengo idea, no veo el conjunto pero los que tenga algo que decir lo van a seguir diciendo. En realidad no sé que nos falta, pero sí he escuchado voces interesantes como la de Luis Manuel Amador, él me da mucha esperanza, me parece de una limpieza y una fuerza increíbles, sin embargo ha habido buenos músicos y buenas cocineras; yo crecí con la poesía de Nazario Chacón, quien me parece el más pulcro y ambicioso de todos los poetas que ha dado Juchitán.

¿Qué piensas del erotismo y la poesía, crees que sea una influencia de familia?, porque tu papá pone a fornicar chapulines con sapos.

Soy muy juguetona, mi erostismo tiene que ver con la sensualidad, con mi ser escorpión, porque somos puro deseo, entonces tiendo a imaginarme cosas y descubro que a veces estoy pensado en algo muy erótico. Pero también tiene que ver con mi infancia en Juchitán, en el sentido de que ahí la gente suda, se quita la ropa; todo ese calor que te arroja vivir hacia afuera, estar en contacto con los otros y además dormir juntos en espacios tan reducidos, donde todos escuchábamos nuestros cuerpos.

Recuerda: Todo eso me hace pensar en la vida en la casa de mi abuela, cuando dormíamos como pescaditos en el petate varios primos, la vida era ahí, éramos juntos. Esa una de las cosas que más tristeza me da, que se nos olvido a todos que la vida éramos juntos. Olvidamos esta idea de las juchitecas de ir a buscar fortuna, de ir a trabajar —aunque yo soy una mala reproducción, pero mi mama y mi abuela trabajaban mucho—. Recuerdo que todas regresaron enfermas, sin nada, a morir de donde partieron: los brazos de mi abuela, esos brazos que ya no existen, porque mi abuela se murió el año pasado y ya no hay quien nos reciba, por eso me queda esa sensación de que la vida éramos juntas. Porque mi abuela y mi mamá eran gente que se atrevió a vivir sin ninguna atadura, eran libres y nunca les interesó quedarse con un hombre. Yo creo que por eso no me he casado.

¿Y no te gustaría casarte?

Me gustaría casarme sólo para bailar el mediu xhiga, (son de cooperación en las fiestas de bodas de juchitán)

¿Pero te ves como madre?

Creo que sería una excelente mamá, pero por alguna razón, consciente o inconsciente, uno va acumulando miedos e inseguridades y realmente, como yo viví con mujeres que tenían hijos, cuyos padres estaban quién sabe donde, me da terror ser madre soltera. No es una suerte que me gustaría correr pero tener un hombre las 24 horas tampoco me gusta. Estoy bien como estoy.

¿Entonces tú a quién le vas a contar todas esas historias?

Es cierto, así es como se transmite la memoria, la oralidad, pero tengo sobrinos y hermanos más pequeños, Benjamín, cuando se deja, le cuento cosas, pero también las escribo y si corro con suerte me las publican y encuentro lectores.

Laureana Toledo, Doctor Lakra, Natalia Toledo son artistas, en ese sentido ¿es una bendición o maldición ser hijo de Francisco Toledo?

Las dos cosas. En mi caso no sabía bien lo que hacía cuando escribía, mi relación con la palabra no nació de las cosas que me contaban o de haber ido a una escuelita donde contaban cuentos, sino porque me quedé sola; a los ocho años me fui a vivir a la ciudad de México con mi abuela paterna con la que yo había convivido muy poco, fue ahí que escuché todo mi ruido interno: me apague por fuera y me metí en todo lo que había absorbido, vivido y querido. Por eso esperaba todos los días a que llegara la noche para poder cerrar los ojos y meterme en Juchitán, a través de la memoria, y todas esas cosas un día salieron en forma de poemas, de reclamo, de añoranza, de tristeza, de jocosidad. De esa soledad nació todo, fue para sobrevivir, lo cual no me parece un mérito, pero estás hablando con una sobreviviente. Sin embargo, a pesar de ser hija de Francisco Toledo, no hay que olvidar que mi mamá no es artista y que su participación en mi vida fue más importante, porque ella estuvo, y mi padre era una presencia intermitente que me daba libros, música, viajes y la oportunidad de conocer a algunos escritores y pintores.

En uno de esos viajes, recuerdo que a los 10 años mi padre me llevó a ver un cuadro de Kasimir Malevitch, que me fascinó por su simpleza, yo le dije a mi papá que cuál era el chiste de ese cuadro, que me parecía tan simple que cualquiera lo podía hacer. Él me dijo que el grado de dificultad de una pieza no importaba, y que ese cuadro estaba ahí porque su autor (Malevitch) se atrevió hacerlo.

¿Existe nepotismo en la entrega de premios y becas?

A mí lo que me ha tocado ver, porque he sido becaria, es que por supuesto que la gente que está ahí beneficia a sus amigos y aunque no debería de ser así, así es como funciona.

¿Qué piensas del alcohol, de la bohemia?

Como dice Alí Chumacero: Todos los poetas están mal de la cabeza. Hay demasiadas normas y los poetas se saltan muchas, a veces fuera de la realidad porque es muy triste y nefasta y hay que reinventarla. Los poetas somos mucho de hablar, inventar y contar nuestras cuitas y sí reunirnos a beber, pero no necesariamente.

¿Qué piensas de que Felipe Calderón ganó las elecciones para presidente de la República?

No pude creer que haya perdido AMLO, es un problema de ignorancia y de manipulación televisiva, incluso con los resultados que estaba dando de a poquito el IFE: fue un fraude. Me parece increíble que en un país de jodidos hayan votado por él (Calderón). Se orquestó, creo que Fox, el IFE, las televisoras, la oligarquía de este país, puso a trabajar sus tentáculos en todas sus esferas para cambiar la percepción de la gente: lo inflaron, porque (Calderón) es un candidato insípido, sin personalidad, sin proyectos y muy autoritario. Es una pena que haya ganado porque este sistema sólo ha traído beneficios para unos cuantos y pobreza para muchos millones de mexicanos, así que esta desigualad sí me asusta. Tenemos que organizarnos para hacer que cambie este país porque se puede oler el sentimiento de un pueblo, de toda la gente que me encuentro en la calle y en los mercados, todos estábamos apostando por un cambio porque es obsceno y jodido que la riqueza esté concentrada en unos cuantos; yo me pregunto si les va a dar tiempo de gastarse todo ese dinero antes de que se los lleve la chingada.

Natalia Toledo ha publicado Paraíso de fisuras (en coautoría con Rocío González, 1992) y Mujeres del sol, mujeres de oro (Instituto Oaxaqueño de las Culturas, 2002). Fue becaria del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (Fonca), en lenguas indígenas (1994-1995), y de 1995 a 1996, del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes (Foesca). Su obra fue incluida en las antologías Juchitán-Mexikos satd der fraun, Guie’ sti’ didxaza’ (La flor de la palabra), Las divinas mutantes, Palimpsesto y en Toledo: la línea metafórica.

20060705

Apuntes de para una Sonata Burocrática de Raúl Ortega Ayala


Londres, Inglaterra.- Haciendo un recorrido por algunas galerías londinenses he venido a dar a la Rokeby Gallery, ubicada en Store Street, en donde el artista mexicano Raúl Ortega Ayala (Ciudad de México, 1973), exhibe Sonata Burocrática, una mezcla que versa en el trabajo de una oficina cualquiera.

El arte de Ayala se enfoca en una variedad de temas que oscilan en lo habitual —el entorno inmediato—, haciendo investigaciones formales muy detalladas de los materiales —inmersiones él las llama—. Es en ese sentido que este artista necesita experiencias y elementos encontrados para producir ‘souvenirs’ como componentes de series en las que el mundo de las oficinas, la comida o la jardinería se convierten en preocupaciones estéticas. Su más reciente exhibición da cuenta de ello y lo integra en el mainstream del arte mundial.

Su intervención en espacios en los que cifra sus discursos hacen de su más reciente entrega un índice que revela su fascinación por lo materiales comunes del medio ambiente burocrático.

Dentro de la exhibición hay una pieza llamada All for Love/Todo por Amor que no está estrictamente integrada a la serie Sonata Burocrática, sin embargo dilucida parte del proceso de trabajo de Ayala, como una especie de preludio de ésta.

Y es que por mucho años este artista apareció como extra en telenovelas y programas de la televisión mexicana. Es así como se integra en diferentes ambientes o submundos, pero en este caso es lo que él define como una “inmersión efímera del pasado”.

La piezas Sarah Welsh and Last Supper/La Última Cena de Sarah Welsh es parte de otra series titulada Foodstuff/Sniffing glue, relacionada con la intervención estética con la comida.

Las piezas de la Sonata Burocrática están hechas de impulsos similares a los anteriores ejemplos. Es posible encontrar tanto esculturas, video, fotografías, instalaciones y dibujos a partir de elementos como post it’s, persianas, ligas, clips, sobres, sillas, lámparas, lápices, tazas y escritorios, tanto domésticas como intervenciones a gran escala —hay una fotografía de la Aviva Tower, en donde las luces de cada una de sus oficinas fueron intervenidas para crear un dibujo monumental ya sea abriendo o cerrando las persianas.

Radicado en Londres, Inglaterra el artista habló para MUJERES de los procesos que lo han llevado a formar parte de un círculo reducido de artistas que apuesta por ser ciudadanos del mundo y crear fuera de cualquier impostura o regionalismo.

Todo comenzó, dijo, como una búsqueda, “una divagación para mejor representar mi obra, para entender lo que quería hacer. Eso me llevó a tomar la decisión de estudiar una maestría en el extranjero, en la Glasgow School of Art y el Hunter College, Nueva York, EUA. Esa fue una de las mejores experiencias que he tenido profesional y personalmente hablando”.

Fue un reto, aseguró, llegar ahí, “únicamente con mi trabajo y sin conocer a nadie y sin conexiones, con sólo mi trabajo como respaldo”.

Para Ayala al trabajar con temas o experiencias universales le hizo más sencillo desprenderse de los fantasmas regionales o nacionales. “Mis temas suceden en todo el mundo, pero evitando la aproximaciones geográficas”.

Y es que, sostuvo, “México es muchos méxicos, un México de tradiciones pero también moderno y contemporáneo, que funciona dentro del bloque mundial y con temas globales”. En ese sentido hay muchos artistas mexicanos que han hecho que su obra sea vista por lo es, no por su mexicanidad, “porque tenemos el lastre de Frida Kahlo, Diego Rivera y toda la escuela mexicana, que en el momento que se dio fue muy sano para el arte porque trataba de encontrar una identidad, pero pasado el tiempo y luego de la generación de la ruptura, ya no es necesario justificar la mexicanidad en el arte, uno puede ser mexicano pero no es necesario probárselo a nadie”.

A pesar de que su separación de un discurso nacional no fue un proceso consciente, Ayala es, dijo, simplemente parte de una generación de mexicanos que no sólo tienen esa influencia, sino muchas más; “somos una generación universal pero que también entiende los problemas sociales, sin embargo, no me interesa manifestarlos a través de mi obra”.

Sostuvo que al final de cuentas encontró un proceso, una forma de trabajo que le funciona: “meterme en el tema al 100%, ver películas, leer libros, hablar con especialistas, pero eso a veces no es suficiente, entonces para ahondar en ellos se busca “una chamba” que en cierto sentido le permite meterse de lleno al día con día de un tema en específico.

De eso tratan sus exhibiciones, son el resultado de procesos de inmersión, en este caso el mundo corporativo, de oficinas.

Ahora trabaja como jardinero en Londres, con la intención de hacer una serie usando ese tema. “Pero no se trata de hacer visitas ocasionales o de una forma semiburguesa para trabajar en el mundo de la jardinería y del arte al mismo tiempo, no, porque lo hago en serio, pago mi renta y como con el dinero que me pagan haciendo ese trabajo. El resultado de este trabajo se presenta en enero de 2007 en la Laura Bartlett Gallery, en Londres, Inglaterra.

Ayala se formó como artista visual en la Escuela Nacional de Pintura, Escultura y Grabado “La Esmeralda” y estudió Ciencias Culturales en El Claustro de Sor Juana, Filosofía en La Universidad Nacional Autónoma de México, e hizo una maestría en Arte en la Glasgow School of Art y el Hunter College, Nueva York, EUA. Actualmente su trabajo se puede ver en México en la Galería Enrique Guerrero.